Por generaciones crecimos como pudimos, algunos aprendimos a defendernos, otros a callar, otros a huir… pero muy pocos aprenden a amar de verdad: con presencia, con límites sanos, con autocuidado, con verdad, con dignidad.
Y eso tiene consecuencias: Relaciones rotas, ansiedad, vacío, escasez emocional, decisiones impulsivas, cansancio del alma…
No porque estemos rotos, sino porque nadie nos mostró cómo hacerlo mejor.